Este verano me quedó pendiente al menos un artículo en este pobre blog. Pero como el auténtico agosto ha llegado en octubre me pongo a la faena sobre mis notas amarillas. La mañana de aquel día 12 era soleada como la de hoy en Santiago y en el Valle. Allá fuimos Paulino y Mariví, la Vita y el menda. Salimos Valhermosa arriba por el nuevo camino de la concentración parcelaria, con idea de dar un paseo mañanero, que acabó convirtiéndose en una caminata con obstáculos. Al rato cogimos el camino viejo de Arroyo, mucho más sabroso, angosto y asombrado. Las moscas están insoportables. El terreno se complica al bordear la peña de Arroyo, por el camino de Picote, dice Paulino, el vecino que más sabe de estos lares. Se complica hasta el punto de que, entre las quejas lastimeras de la Vita, tenemos que ayudarnos unos a otros. Pareciera que no vamos a poder continuar, pero yo tiro y tiro hacia la torca, donde al fin topamos unas piedras por donde vadear el arroyo; aunque justo al cruzarlo nos vemos obligados a separar una alambrada que cierra la finca de San Román, que hoy tiene cerezos, manzanos y perales. Al bajar al pueblo nos encontraríamos a su dueño, Jesús, arreglando un tractor magnífico que había comprado de segunda mano. Cuando le contamos la peripecia nos contó que hace años había sembrado allí un huerto muy goloso para cierto vecino amigo de lo ajeno. Jesús es un hombre grande, afable y al que le arregló la casa Manolo, el gallego, como a muchos vecinos viejos y nuevos del pueblo.
Tras descansar un ratín empezamos a subir y subir. Un rapaz no quiere lavarse en la acequia, pero su abuela lo convence, y claro, ahora le gusta y quiere meter la cabeza una y otra vez. Es verano, hace calor y la vida pasa como el agua fresca que baja de la Tesla. Las mujeres se quedan atrás y Paulino, que es un caballero, las espera. Necesito subir y subir, fatigarme y sentir que tengo piernas y corazón. Me espera el desfiladero, la piedra me empareda, el cielo se escapa y entonces descubro la torre isósceles, tan empinada que al mirarla me voy hacia atrás... El agua suena por todas partes, las capas rocosas parecen proteger al caminante inquieto, quien cruza el desfiladero tal cual entrase Alí Babá en su cueva. Respira profundamente y se descalza para refrescar los pies, con sus uñas negras tras haber hecho el Camino de Santiago a Fisterra en primavera. Pero hoy está en su castillo de verano, solo, feliz, y respirando este aire castellano que tanto le gusta. Sentado y descansado mira al cielo y otea una colonia de buitres. Ahora se siente acompañado.
sábado, 15 de octubre de 2011
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