Los tres
túneles, viniendo del valle de Valdivielso, anuncian la entrada en Oña. Es un
pueblo incrustado en los montes que entrañan el desfiladero de Oca. Repostar en
la gasolinera de la carretera es casi obligado en este cruce de caminos. Mañana
fría de noviembre, aunque dicen que esto no es nada. Siempre regreso a esta
villa desde que descubrí el gótico flamígero del claustro de San Salvador. Pero
hoy mi extemporánea visita me regala un cenobio distinto. Ya la piedra del
pórtico exterior me parece que está más apretada, como cerrando sus poros para
protegerse. La feliz sorpresa fue toparme con una iglesia mucho más luminosa,
gracias a los cien mil euros de la Fundación Endesa, y audioguías con ocho
locuciones concisas en castellano, inglés y francés, idiomas que se ampliarán
hacia el verano con euskera y alemán. Y por si fuese poco, un voluntario
cultural, Antonio, ayuda al párroco, Cecilio, a que la abadía esté abierta al
turismo de lunes a domingo. Se acabaron las restricciones. Son padre e hijo y
la sonrisa franca y entusiasmo por el templo los une aún más. Vestido ya con la
casulla y otras galas, Cecilio se dispone a cristianar a una niña justo
enfrente de la recepción de visitantes, pero aun así tiene tiempo para hablar
con orgullo del fabriquero emérito de la catedral de Burgos, Agustín Lázaro,
como principal divulgador en su día del tesoro de Oña.
Me detengo a
imaginar la música que sale por los 1.133 tubos del órgano, me siento en uno de
los 84 sitiales de nogal a contemplar la bóveda octogonal, me acerco a los
panteones real y condal mientras repaso la historia de doña Urraca, cruzo el
arco de triunfo y rodeo el tabernáculo antes de dirigirme a la sala capitular, cuyos
restos románicos hablan de los orígenes de la fábrica, y por fin, el éxtasis
del patio con una soberbia panda norte, prodigio del arte funerario.
Al salir del
monumento ya pienso en volver, cuando los onienses se vistan de medievo para
representar su famoso Cronicón y redimir las glorias y raíces castellanoviejas.
Días después releo en mi Compostela natal la cantiga que le dedicó Alfonso X el
Sabio, que narra en gallego –lengua poética de aquel tiempo–, cuando el rey fue
a Oña “en romería” tras escuchar un milagro de la advocación local de Santa
María. Solo falta el sonido del laúd.