domingo, 7 de mayo de 2017

La Coronilla de Valdivielso

Los pies flotan por las verdes alfombras de la cumbre y, así, elevados los caminantes, quedan a la altura de los ojos los montes Obarenes. El día es tan limpio que la panorámica de 360 grados se convierte en un descanso visual y cervical. En el buzón del peñasco más alto, cual nido de gorrión, no hay cartas, pero en la puertecita indica que estamos a 1.172 metros de altitud. El viento alborota el pelo de Pilarín, aunque la autofoto a cuatro no se resiente. Los dioses nos acompañan y nadie quiere abandonar el paraíso de La Coronilla, desde donde se divisa hasta la blancura del Alto Campóo, en la montaña palentina, donde el silencio se reencuentra con el hombre.

El aire de este primero de mayo hedonista, que no sindicalista, refresca la piel de los senderistas. Con pan y vino se hace el camino, refrán que practican los Pacos, sentados ahora hacia el páramo sur. El peregrino compostelano también mira a los extendidos y tupidos mantos verdes, escudriñando los caminos que desde el escondido Ebro serpean hasta el cordal. Al otro lado está el otro valle, el de Caderechas, donde mucho presumen de cerezas y manzanas, como si no las hubiese en Valdivielso.

Nadie quiere bajar, pero el tiempo y la felicidad no se pueden retener, ¿o sí? El boj y las encinas ciñen nuestro descenso hasta los pinos resineros, la fuente labrada y el cruce de los Tejos, los centenarios árboles cuya visita queda para el verano. La senda de vuelta a Panizares es ancha y aparece socavada por raíles hechos no por las máquinas del tren, pero que lo recuerdan como otro medio de viaje soñador. Los cuchillos de Panizares abruman igual que el castillo de la Bestia, cual roquedo de cuento, pero en realidad son tan hermosos como Bella. Es la hora del vermú y la Fragua de Fran, que no la de Vulcano, está abarrotada de acólitos.


En nuestras mochilas llevamos hoy con nosotros el recuerdo de Sabina, tras abrazar a Torines en Valhermosa antes de iniciar esta jornada extraordinaria de naturaleza y amistad. Es el bagaje que nos llevamos a casa.