El joven padre Mario, natural de Angola, celebró el Viacrucis en Valhermosa con un puñado de vecinos el día de Viernes Santo. Como en la ermita de Santa Bárbara hacía mucho frío, los fieles se reunieron en la propia calle aprovechando que no llovía. Crescen y Merche acompañaron con sus cantos las 14 estaciones.
domingo, 20 de abril de 2025
Viacrucis de Viernes Santo en Valhermosa
El joven padre Mario, natural de Angola, celebró el Viacrucis en Valhermosa con un puñado de vecinos el día de Viernes Santo. Como en la ermita de Santa Bárbara hacía mucho frío, los fieles se reunieron en la propia calle aprovechando que no llovía. Crescen y Merche acompañaron con sus cantos las 14 estaciones.
viernes, 28 de marzo de 2025
Carlos Mena, el dragón mágico de Valhermosa
Fue oficial de Registros, pero la música era su pasión. Adoraba las canciones de raíz. Diría que sus favoritas eran las castellanas y americanas. Un bendito día apareció por la ermita de Valhermosa, en cuyo banco yo rasgueaba mi española de seis cuerdas. ¡Qué pena no haberte conocido antes, querido Carlos! El y Hsiaoyou se habían establecido en el pueblo y me abrieron su casa de par en par: Un hogar lleno de discos y libros, incluyendo un piano de pared y una buena colección de guitarras. Pasamos juntos calurosas tardes de verano que, tras la cena, podían prolongarse hasta la medianoche. Me descubría rarezas de folk inglés mientras tocábamos piezas más asequibles. La canción del dragón mágico que vivía junto al mar, el clásico del trío americano Peter, Paul and Mary, era nuestro santo y seña. Con Puff, el mitológico animal, abríamos y cerrábamos nuestros recitales domésticos.
Antes de la pandemia tuve el honor de acompañarlo en el
escenario de la Taberna de Cata, que está en Condado, el pueblo de enfrente. Carlos
Mena defendió La portera de mi casa en una noche que resultó ser heroica
por muchos motivos. Es una canción popular del satírico elepé que Carlos grabó en
1971 con Jaime y Carolo Ramiro. Se hacían llamar Ramsés, Isaías y Pantaleón, un
grupo tan efímero como mítico. Y así lo recordaba Jokin Garmilla en la radio
del Valle, compartiendo con los oyentes un pedacito sonoro de aquella noche. Ante
un público familiar y expectante, el artista se acomodó en medio del equipo de
sonido, que había prestado Los Pocos, hasta el punto de no querer bajarse de unas
tablas cómplices. Acabaría siendo su último concierto, algo que él ya podía
sospechar. Ahora sospecho yo que, en esa velada al aire libre, su mente lo
transportó a sus actuaciones juveniles en colegios universitarios y espacios
alternativos.
El pasado verano todavía cogió la guitarra delante de mí. Siempre
quería dibujar trinos y susurros de cualquier melodía. Conocía canciones de
Galicia, país que también estaba en su ADN; lo acredita su segundo apellido:
Regueira. Hablaba en voz baja, recitaba las letras y, si tenía un buen día,
entonaba algún estribillo; pero jamás lo abandonaron la ironía y el sarcasmo. Era un tipo de gran altura intelectual, como
su estatura, por mucho que lo doblase la cruel enfermedad. Pero también fue un
romántico enamorado, según me confesó su mujer. Para conquistarla, él cruzaba
en su coche de Bilbao a Salamanca cada fin de semana. ¡Pura poesía amorosa!
Los muertos son huéspedes de los vivos, escribió Luis García
Montero. Es el consuelo que nos queda por el “pasamento” de Carlos, un burgalés
que aprovechó su jubilación para andar por los campos de Castilla, una tierra de
caminos que inspiró al poeta Machado y al narrador Delibes. Mis estancias en Valhermosa
ya no serán las mismas. Hoy lloro con lágrimas secas, las que se quedan dentro,
por el dragón mágico que vivía rodeado de cerezos. ¡Hoy lloro por mi compañero
Carlos!