lunes, 17 de noviembre de 2014

A Oña en romería

Los tres túneles, viniendo del valle de Valdivielso, anuncian la entrada en Oña. Es un pueblo incrustado en los montes que entrañan el desfiladero de Oca. Repostar en la gasolinera de la carretera es casi obligado en este cruce de caminos. Mañana fría de noviembre, aunque dicen que esto no es nada. Siempre regreso a esta villa desde que descubrí el gótico flamígero del claustro de San Salvador. Pero hoy mi extemporánea visita me regala un cenobio distinto. Ya la piedra del pórtico exterior me parece que está más apretada, como cerrando sus poros para protegerse. La feliz sorpresa fue toparme con una iglesia mucho más luminosa, gracias a los cien mil euros de la Fundación Endesa, y audioguías con ocho locuciones concisas en castellano, inglés y francés, idiomas que se ampliarán hacia el verano con euskera y alemán. Y por si fuese poco, un voluntario cultural, Antonio, ayuda al párroco, Cecilio, a que la abadía esté abierta al turismo de lunes a domingo. Se acabaron las restricciones. Son padre e hijo y la sonrisa franca y entusiasmo por el templo los une aún más. Vestido ya con la casulla y otras galas, Cecilio se dispone a cristianar a una niña justo enfrente de la recepción de visitantes, pero aun así tiene tiempo para hablar con orgullo del fabriquero emérito de la catedral de Burgos, Agustín Lázaro, como principal divulgador en su día del tesoro de Oña.

Me detengo a imaginar la música que sale por los 1.133 tubos del órgano, me siento en uno de los 84 sitiales de nogal a contemplar la bóveda octogonal, me acerco a los panteones real y condal mientras repaso la historia de doña Urraca, cruzo el arco de triunfo y rodeo el tabernáculo antes de dirigirme a la sala capitular, cuyos restos románicos hablan de los orígenes de la fábrica, y por fin, el éxtasis del patio con una soberbia panda norte, prodigio del arte funerario.

Al salir del monumento ya pienso en volver, cuando los onienses se vistan de medievo para representar su famoso Cronicón y redimir las glorias y raíces castellanoviejas. Días después releo en mi Compostela natal la cantiga que le dedicó Alfonso X el Sabio, que narra en gallego –lengua poética de aquel tiempo–, cuando el rey fue a Oña “en romería” tras escuchar un milagro de la advocación local de Santa María. Solo falta el sonido del laúd.


  

miércoles, 27 de agosto de 2014

Vacaciones en Valdivielso


El Valle de Valdivielso no deja de sorprenderme. Es única esa enorme concavidad que se extiende y divisa desde el Alto de la Mazorra hasta los "cuchillos" de Panizares, cual castillo de rocas puntiagudas que esconden los tejos milenarios. Óscar, un solitario caminante con aire de deportista, no fue capaz de encontrar los famosos árboles la otra tarde. Isidoro, paisano del último pueblo, se afanaba en explicarle la ruta para otro día. Entablamos una pequeña conversación a pesar del cansancio, si bien yo solo había caminado un rato desde Hoz, cuya senda se inicia con una prolongada subida para casi llanear por un frondoso bosque de robles y pinos. Luego sales a las anchas pistas de la concentración parcelaria, que parecen conducirte al imaginario foso de la fortaleza. Al alzar la mirada sufren las cervicales, pero hundes los ojos en el cielo de las cumbres picudas, que huyen hacia Dios como las agujas de las torres de la catedral burgalesa.

Al caer la luz, escucho las notas roncas de un instrumento de viento, que al acercarme se convierten en escalas hacia el agudo. Adivino que es un saxo, un saxo tenor afinado en si bemol, según me advierte César, que con afán ensaya figuras de jazz en el pórtico de la iglesia. La alfombra de las montañas de enfrente se oscurece sobre el Ebro, que baja alto hacia la presa de la vecina Cereceda. El aire cambia y me refresca la cara. El paisaje se vuelve inédito, como si se borrase de la faz cada anochecer, para volver a nacer con el alba.

Otro día descubrí los montes que escapan a Tartalés de Cilla. Aquella mañana, guiado por mi amigo Gelito, subimos a Puerta, un extraordinario cambio de rasante de la sierra de La Tesla. Llegando a las alturas advertimos que se habían  desprendido unos peñascos por la ladera, pero al girarnos lo que observamos fue una espectacular panorámica. Unos pasos más arriba vimos una colonia de buitres, cuyos ejemplares planeadores jamás había sentido tan cerca, tanto que me sobrecogí no sé si de temor o emoción.

En agosto ciruelas y pavías saben a miel o se caen de maduras de los frutales. Este julio también hubo abundancia de cerezas y con septiembre llegarán las manzanas. Cereales y hortalizas se siembran y cosechan por las fincas a uno y otro lado del río. Hombres y mujeres, muchos ya añosos, se afanan a la esclava tarea. Niños y mozos alborotan por los pueblos, muchos con bici y todos con twitter y whatsapp. Menos mal que nos queda "Échale cuento", ese programa de actividades tradicionales que organiza cada verano Radio Valdivielso. Mientras Jokin Garmilla corre con la grabadora para recoger el bullicio, las canciones y el aliento, su voz se propaga por los árboles del valle y entra en casas, coches y chiringuitos. Todo es un soplo de vida.