domingo, 9 de agosto de 2009

A los tejos de Panizares por la Peñaescalera


Created with Admarket's flickrSLiDR. (08.08.09) El día no acompañó, pero se aprovechó. Niños, papás y abuelos nutrían una cuarentena de senderistas. Para muchos era la primera vez que subían a ver los tejos que dicen de Panizares, aunque del pueblo bien lejos están. Patricio, que se atribuyó noventa veces, no sé si bien contadas, guió la excitante excursión. Tras cruzar el pueblo, que esconde placas de hormigón a la vista, así como algún coche, electrodoméstico y maquinaria oxidada en estado de abandono, iniciamos la senda que nos llevaría a la Peñaescalera, donde posamos para unas fotos de teleobjetivo. Qué vistas magníficas del río, la presa y Cereceda, que ya no pertenece a las Merindades. Estábamos subiendo por la cara sur de los montes de Tartalés, según dijo una voz del grupo que marchaba en fila desde las ocho y veinte de la mañana. Un niño resbala y su padre le recrimina: -Van a pensar que no eres de pueblo. -¡Pues las de pueblo nos llevamos unas hostias...! -arguye desde atrás una muchacha de pelo rojo natural y esbelta como un chopo que se llama María. Árboles y arbustos hay para cien lecciones. Y diría que pinos, para dar y tomar, porque el itinerario está lleno de piñas, algunas sabrosamente roídas y comidas por las ardillas. Las nubes y la niebla apenas mudaron mientras crecía la mañana. En algún tramo chispeó y hasta el frío se hizo notar. Alguien comentó que la tierra que pisábamos debía ser muy buena para las camelias por su acidez. A casa nos trajimos un par de muestras de carbón vegetal. Aún no serían las once cuando salimos al llano, cubierto por mantos de grandes helechos a ambos lados del camino ancho. Los perros, Ros y Luna, circulan sin descanso p'alante y p'atrás. Llegamos al pilón vallado, pero franqueable, al tiempo que Alicia exclama a ver quién es el guapo que se baña en pelotas. El guiador solo nos deja comer una fruta, porque queda el último tramo con una subida de taquicardia. El monte se empina y el suelo, de tierra y piedras, se hace muy resbaladizo. Lo cojonudo, si se me permite el calificativo, es que después de subir bastante hay que descender hasta llegar a los bimilenarios, dicen, tejos. Y claro, bajar resulta peor que subir, sobre todo si no tienes botas o zapatos apropiados. Y vaya troncos: el número 2 tiene 117 cm de diámetro, según reza su plaquita metálica con que los han numerado recientemente. Extienden sus raíces, en superficie, cuales pulpos gigantes. Es una zona umbría donde los tejos se arriman a tilos e incluso hayas. Entre tanto y entre fotos sin flash, Patricio se afana en buscar la cola de la novia, bautizada así por él y otros por la semejanza de sus raíces con la susodicha. Ahora Javi, que parece actuar como su segundo, saca del bolsillo unas piedrinas de las que dice que son del Neolítico, al tiempo que nos muestra madroños y árboles de boj, y dice que un artesano de la vecina Bureba hace cucharas de esa madera. El asueto y el condumio siguieron al esfuerzo no pequeño de bajar a los tejos y volver a remontar. Fue en ese momento cuando Jokin llamó desde Radio Valdivielso para reportajear en directo las impresiones de algunos, entre ellos, Pilarín, que se arrancó con un canto popular para solaz de los oyentes, los de su lado y los hercianos. Siempre hay a tu lado alguien como ella que va más alla que tú. La buena señora de Arroyo, con más de setenta años encima, fue un ejemplo para grandes y pequeños. Tras decidir con buen criterio que no subiríamos a la coronilla, desde donde se divisan los montes de La Rioja en días claros, iniciamos el regreso. Las pantorrillas y las uñas del dedo gordo tiran de lo lindo durante la bajada, ahora por la pista forestal. Pasadas las dos de la tarde llegamos cansados, sudados y contentos. En el cielo, tres buitres nos reciben. P.D. En 10 días subiré las fotos

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