viernes, 17 de agosto de 2012

La romería de la Virgen de Pilas, devocion y paisaje

El cielo amenazaba lluvia. Un cincuenta por ciento hasta las doce, según la web de Maldonado, dijo Amaya. Y sobre las once llegó al cien en forma de media docena de goterones que, sin embargo, obligaron a usar capuchas y paraguas. El nublao, palabra que aprendí de Paulino, apenas descargó sobre la falda del monte de Quecedo, y tampoco impidió descubrir a los caminantes unas espléndidas panorámicas del Valle de Valdivielso y los pronunciados escarpados y telones forestales al frente. Los oscuros verdes de los altos se suavizan al principio de la falda, se vuelven amarillos por las fincas de cereales a ambas márgenes del Ebro bebé y los pueblos emergen a los ojos entre disimulados y recortados. El castillo de Toba delante, la torre de Quintana bajo La Mazorra a la derecha y, a los pies, la adorable ermita de San Pedro de Tejada, preñada de historia, sencilla y majestuosa, tan bonita y tan románica... El sol poniente del verano la atraviesa hasta el ábside con sus múltiples haces de luz trabando el tiempo y el espacio.

La senda es empinada, pedregosa y estrecha, siempre con una encina a tu lado, aunque a veces se abre una pista de tierra ancha, al tiempo que aparecen atajos y caminos alternativos. Hoy, quince de agosto de 2012, se celebra la romería de Nuestra Señora de Pilas, a cuya ermita en la vaguada de la sierra de La Tesla acuden decenas de devotos, excursionistas y curiosos, unos a pie y otros en coche. Vicentín, el de Hoz, subió en familia, a sus 77 años, solo ayudado de su cachava. Al inicio de la ruta, el indicador marca 2,8 km hasta la Virgen, y por ella topamos con varios grupos familiares y de amigos gozando del monte en un claro ambiente festivo. La ausencia de sol y calor convertían la mañana en ideal para andar. Hora y media a ritmo moderado hasta el destino.

La pequeña iglesia, de una sola nave, precisa restauración por dentro y fuera; algo en lo que se afanan los vecinos de Quecedo y Puentearenas, ambos pueblos al cargo de la ermita y de mantener esta tradicional Asunción. Así me lo cuentan con entusiasmo Carmina, Juan y María Jesús, a los que no les gusta que un grupito se haya puesto a comer el bocata en su interior, cómodamente sentados en los bancos delanteros de la izquierda. Entre tanto, continúan los preparativos para la procesión y eucaristía progamadas para la una de la tarde. El bullicio se extiende a la sacristía, detrás del altar, y a la entrada, donde venden estampitas y llaveros con la imagen de la advocación anfitriona. Cada vez llega más gente que entra y sale, hace fotos y rodea el templo, cuya traza se dispone en el cristiano sentido Este-Oeste. El muro norte posee contrafuertes y lo cierto es que, más allá de consideraciones constructivas, buena falta le hará porque el viento tira con fuerza de abajo arriba.



Antes de subir unos cuantos metros más hasta el alto, vecinos de Valhermosa comentaban que en otro tiempo venían con yeguas y nieve. Alfombras de brezo, rico alimento de las abejas, se muestran sobre la suave ladera que nos lleva a la cumbre. El premio es contemplar Villacaryo y Medina en un mapa inabarcable, donde Gelito señala un par de fincas en el pueblo de su madre, Barruelo. A estas alturas Eolo es el protagonista invisible y el comentario entre los adultos, la ausencia de molinillos. De vuelta a la ermita, coincidimos con la procesión, que encabeza la pequeña talla de la Virgen, seguida por el párroco de la Merindad, Julián, y el pueblo. Y tras el rodeo a la capilla, la misa. De tanto mirar tierra y cielo perdimos las referencias de la senda que, aunque bien señalizada, no vendría mal que aquí en el altollano hubiese más y con estacas más elevadas. Hacia levante vemos la media luna, que así bautizaron los lugareños, incrustada en la cresta de las montañas. El paisaje te envuelve en 360 grados.

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